Podremos pensar y defender con ahínco que el fútbol, además de un deporte y un espectáculo de masas, es también arte. Hasta que dejas caer tus huesos en un Camp Nou que se parece más a la casa del sol naciente de The Animals que a un lugar de culto y reparas en que, ante la perdición, nada importa más que la supervivencia. Lo entendió Valverde antes de ser ajusticiado. También Setién, despreciando aquellos ideales que él mismo había santificado. Y lo aplica ahora Koeman. Cuando el equipo se cae y el vestuario retumba, las jerarquías vuelven a asomar. Ley de fútbol, pero también de vida. Sirvió para ganar al Levante, en puestos de descenso y que siempre había perdido en territorio barcelonista. Aunque para ello tuviera que brotar Messi, responsable en el ocaso de un gol que no fue redentor. [Narración y estadísticas]
Pedri y Trincao, cuyos nombres han sido utilizados tantas veces en el púlpito mediático como coartadas para prometer un futuro esperanzador, desaparecieron del once inicial tras el derrumbe frente a la Juventus. Tuvieron un hueco Coutinho y Braithwaite. A Pjanic, pese a sus quejas por no jugar nunca en Liga, lo sustituyó otra vez Busquets. No hubo rastro de Riqui Puig, a quien Koeman señaló en su última comparecencia jugueteando con las palabras: si no juega, «por algo será». Mientras que la posición de privilegio de Lenglet, Jordi Alba o De Jong continúa inalterable. El centrocampista holandés, sin grilletes, fue esta vez determinante.